¿Por qué tengo ansiedad si estoy de vacaciones?

¿Por qué tengo ansiedad ahora que estoy descansando? No tengo que trabajar, es el plan que me apetece… ¡¿por qué no lo disfruto?!”

¡Justo cuando empiezan mis vacaciones me pongo malo!

Si ya ha pasado lo peor y ahora tendría que estar bien… ¿por qué me encuentro tan mal?

Si sientes que alguna de estas afirmaciones te representa, quizás sea un buen momento para revisar cómo o dónde estabas justo antes de iniciar este descanso que no estás disfrutando como esperabas. Empecemos por entender qué es la ansiedad y cómo funciona.

Según Wikipedia, la ansiedad es un mecanismo de defensa natural del organismo frente a estímulos externos o internos que son percibidos como amenazantes o peligrosos.

Medline define la ansiedad como un sentimiento de miedo, temor e inquietud. Puede hacer que sude, se sienta inquieto y tenso, y tener palpitaciones. Puede ser una reacción normal al estrés.

Por su parte, el DMS-5 (Manual de Diagnóstico de Trastornos Mentales) distingue el miedo como una respuesta emocional a una amenaza inminente, real o imaginaria, mientras que la ansiedad es una respuesta anticipatoria a una amenaza futura.

Es decir, en todos estos casos entendemos la ansiedad como una respuesta anticipatoria a un peligro que está por venir. Es justo esta definición la que hace que para muchas personas sea incomprensible que su malestar aparezca DESPUÉS, cuando ya todo ha pasado y lo que toca es sentirse bien y recuperarse. Pues bien, veamos algunos de los motivos por los que la ansiedad puede estar apoderándose de tu cuerpo y tu mente:

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1. LA LUCHA PREVIA:

Imagina que has salido a hacer deporte, un deporte intenso de los que te hacen sudar, subir las pulsaciones, que acelera la respiración y genera calor intenso en todo el cuerpo. Imagina que en el momento de mayor rendimiento y aceleración te paras de golpe. ¿Qué sentirías? ¿Crees que tu cuerpo elimina los síntomas de forma inmediata? Lo más probable es que notes aún con más intensidad cómo el corazón va a 200, sudas sin poder controlarlo y respiras muy por encima de tu tasa habitual. Y todo esto es normal, es una máquina acelerada que necesita desacelerarse.

Con demasiada frecuencia, nos hemos habituado a un día a día sobrecargado, con mil listas de cosas por hacer y preocupaciones, funcionando en multitarea e ignorando las señales de agotamiento de cuerpo y mente. Aguantamos y apretamos esperando ese ansiado descanso vacacional y de pronto, cuando llega, me encuentro mal.

El estrés afecta a nuestro sistema inmune, lo desgasta y deprime. Pero un cuerpo en lucha utiliza todos los recursos de los que dispone (y en estrés, nuestro cuerpo siente que está en lucha). Por eso, cuando paras, cuando la tensión cae, tenemos un organismo más vulnerable a cualquier infección, al agotamiento acumulado, a la ansiedad soportada e ignorada hasta que por fin paramos. El cortisol y la adrenalina generadas durante la respuesta de estrés tienen un efecto que va más allá del momento inmediato. Es como si no nos diéramos cuenta de lo cansados que estamos hasta que nos sentamos.

Si sientes que este es tu caso, ¡espero que entiendas que la solución no puede ser no parar nunca! Sabemos que no siempre podemos regular nuestra carga, que no somos ajenos a las presiones externas y el ritmo laboral y social que nos rodea, pero conocer este mecanismo te da una primera herramienta: ser consciente del efecto que tiene en ti, de la importancia de parar y escucharte, de saber que la solución no pasa por aguantar hasta el viernes, hasta agosto o hasta la jubilación. El coste lo pagamos ahora y la solución pasa por actuar ahora.

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2. EXPECTATIVAS Y COMPARACIÓN:

¡Cuánto bien y cuánto mal pueden hacer las redes sociales! Fijaos lo importante que es filtrar qué perfiles sigo y qué contenido dejo que se cuele en mi móvil cada día… Con frecuencia la ansiedad por comparación surge cuando tengo unas expectativas que no se cumplen, cuando el verano no es todo palmeras, mojitos, playa y descanso. Cuando “todo el mundo está de vacaciones y viajando” y yo estoy trabajando, no tengo planes, tengo una situación familiar complicada… Todo el mundo bien y yo mal. ¡Toma ya dicotomía contundente, falsa y dañina! Y sin embargo, tan frecuente en consulta que tengo ya un speech propio para estas verbalizaciones.

Ni todo el mundo es feliz y tiene una vida ideal ni probablemente TODO está mal en tu vida. Si eres una persona perfeccionista, ajustar las expectativas y prever un margen para que los planes no se cumplan es importante. Flexibilizar puede ser un aprendizaje vital para muchas personas, algo que no se alcanza en 2 semanas por mucha voluntad que pongan, pero marcarlo al menos como objetivo nos ayudará a tener perspectiva. Recuerda que lo ideal es enemigo de lo bueno. Y deja de compararte… detrás de cada foto ideal en redes hay mucho mucho que no se ve. Y no todo es rosa.

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3. CONECTARME CONMIGO MISMO:

Ante una situación de amenaza, que ya hemos visto que es el origen de la ansiedad, existen tres mecanismos principalmente en la naturaleza: la huida, el ataque y la parálisis (o hacerse el muerto). Cuando mi sistema de defensa es la huida, puede ser que mi ritmo de vida habitual me permita estar evitando enfrentarme a situaciones o emociones dolorosas. Estoy tan ocupado que no me paro ni a pensar en cómo me siento, si esto es lo que quiero o qué necesito. Pero con las vacaciones viene un mayor vacío ocupacional, que me conecta con esas emociones, con ese vacío o con mayor tiempo de contacto en relaciones emocionales complejas.

Si este es tu caso, valora si es el momento de pedir ayuda profesional para poder gestionar todo eso que se remueve en tu interior y te cuesta manejar. Escribirlo puede ser una buena idea, ayuda a darle forma a lo que sentimos, a entendernos mejor a nosotros mismos y a canalizar al menos una parte de esas emociones intensas que están boicoteando tu bienestar.

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4. CONCILIACIÓN LABORAL:

No nos engañemos. Verano no es igual a vacaciones. No todo el verano y no para todo el mundo. Por esto, una fuente importante de malestar puede ser el estrés de conciliar: trabajar con los niños en casa 2 meses y medio. Aquí además surgen un montón de inseguridades, dudas y sentimientos de culpa de #malasmadres y #malospadres que darían para otro post (¡¡o varios libros!!). Algunos de los que escucho con frecuencia dentro y fuera de consulta (e incluso dentro de mi propia cabeza) son:

  1. Lo llevo al campus pero me da pena que siga teniendo que madrugar estando de vacaciones. Pero no lo puedo dejar en casa porque tengo que trabajar. O si teletrabajo me es tremendamente difícil rendir con ellos en casa.
  2. Ahora rompemos todas las rutinas… dicotomía entre “dejarlos descansar” y el miedo a perder todo el trabajo hecho durante el curso en rutinas, concentración, pautas de conducta y trabajo atencional. Especialmente en niños con dificultades o necesidades específicas.
  3. ¿Debería ponerles tareas durante el verano? Pero es que entonces no descansan ellos ni yo…
  4. Con tanto tiempo libre y la falta de rutina están más irritables, con más pataletas… El miedo a la vuelta a la rutina y la batalla que supondrá retomar luego lo trabajado con ellos.

 

Como decía, todo lo relacionado con los menores se nos queda para otro post, pero permíteme devolverte al punto 2 de este post: EXPECTATIVAS y COMPARACIÓN. Si no estamos en calma los adultos, difícilmente gestionaremos con calma a nuestros hijos e hijas. Cada persona es diferente, a cualquier edad, y tiene tiempos, ritmos y necesidades diferentes. Escucharnos y observarlos es el punto A de cualquier planteamiento en esta línea. Y déjate asesorar por profesionales de confianza, no por lo que a cada uno le funciona, que no tiene por qué ser verdad universal.

En definitiva, las vacaciones, los fines de semana, el tiempo de ocio… es un periodo más que necesario para todas las personas. Nos para, nos conecta con nosotros mismos, con nuestras emociones, proyectos y planes, relaciones afectivas y carencias. Para bien y para mal, nos conectan. Y esto es maravilloso, aun cuando no sea lo que esperabas. Porque no es cierto que lo que no se nombra no existe. Sí existe, sí deja huella en nuestro cuerpo. De nosotros depende hacer esa huella lo más sana posible. Y pedir ayuda si no es así puede ser nuestro mejor regalo de vacaciones.

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